Aviso de contenido: esta es una entrada triste, en la que hablo de encontrarme mal, vulnerable. Hablo de futuros que sólo existen en mi cabeza, pero me aterran. Hablo de sentirme dependiente.
Otra nota: no me interesan los consejos y opiniones médicas de nadie que no sea médico, y en ese caso, prefiero hacerlo de forma privada. Un blog no es una consulta médica.
Escribo esto un domingo por la noche, después de pasar todo el día cansada, tan cansada que apenas he podido hacer más que tumbarme en el sofá o sostenerme en la silla de la oficina. Después de pasar todo el fin de semana cansada, incapaz de algo más que regar las macetas y caminar mis cuatro mil pasos uno de los tres días. No os puedo explicar cuánto me asusta que esta sea mi nueva vida.
Hasta que no me he quedado sin energía no me había dado cuenta hasta qué punto esa energía era parte de quién soy. Mi felicidad descansaba en gran medida en las cosas que hacía, pero me niego a pensar que he llegado a ese estadío del capitalismo en el que he confundido felicidad con sensación de logro. Hay parte de eso, claro, porque soy millenial y perfeccionista y eso es inevitable, pero gran parte no lo es. Me gusta mantener mi casa con plantas, llenar mi despensa de encurtidos caseros, empezar un domingo yendo al gimnasio y fabricar mis propios muebles. Me gusta aprender, de todo, todo el rato, insaciablemente. Me gusta acostarme tarde leyendo, me gusta darle puñetazos a un saco hasta sentir que se me van a caer los brazos, me gusta levantar cien kilos y luego volver a dejarlos lentamente en el suelo. Me gusta follar durante horas, tener mi casa recogida, tener varios planes en el mismo día porque se solapan, pero no quiero renunciar a ninguno. Hasta me gusta ser decentemente buena en mi trabajo, resolver problemas por el placer de resolverlos y llevarme a casa esa sensación de logro que es el salario emocional que no complementa mi nómina lo suficiente. Me gusta interesarme por algo y aprender todo lo humanamente posible sobre ello. Me gusta que alguien me pida ayuda y poder responder. Me gusta ofrecer mi ayuda aunque no la pidan. Me gusta, en definitiva, hacer.
Qué parte es instinto, qué parte es socialización femenina, qué parte es capitalismo, no lo sé. Tampoco me importa(ba) demasiado, porque si el resultado general es que me hace sentir bien, intento no sobreanalizarme para no romperlo. Hay una parte de mí fundamental que quiere dejar su parcelita del mundo mejor de lo que se la encontró, y es mi forma de compensar los horrores de ahí fuera; mi reacción ante el auge del fascismo es llenarle la nevera de comida preparada a mi amiga que se ha roto una pierna, yo qué sé. Desde que tengo conciencia de mí misma he sido así, entregada en mis relaciones, tonta de buena, tonta porque han abusado de esa entrega muchas veces, tonta porque sigo entregándome. He aprendido en estos años, pero también he decidido que la maldad del mundo no va a hacer que yo cambie, que lo que hay bueno y bello de mí desaparezca sólo porque hay quien vaya a aprovecharse de ello. No voy a dejar de enamorarme porque me hayan roto el corazón.
Desde que supe que existía, me interesé por el activismo de los cuidados, primero porque parecía que encajaba conmigo, luego porque vi lo fácil que es pervertirlo para los intereses propios. No hablaré de esto ahora, pero sí diré que es lo que me ha prevenido de ser más vocal al respecto. No tengo conocimiento suficiente para saber de inmediato si el discurso que estoy pronunciando tiene recovecos que no conozco, así que me limito a callar, leer a las que sí saben, y actuar en consecuencia a ese aprendizaje y mi instinto. Con mayor o menor acierto, eso me ha traído hasta aquí, hasta posicionarme dentro de un rol de cuidadora de pequeños gestos, de olvidar préstamos, de llevar fiambreras con comida, de limpiar casas que no son mías, de regalar zapatos. Lo que está a mi alcance y cuando está a mi alcance.
Lo que no me enseñó nadie, ni creo que haya una forma de enseñarlo, es a no ser la cuidadora sino la cuidada. He aceptado cuidados cuando los he necesitado, pero siempre tenían una duración más o menos concreta: lesiones, intervenciones, épocas de trabajo especialmente duras, pasar por una mala rache emocional; todo eso es aceptar un favor que yo había hecho antes. Para lo que no estoy preparada es para necesitarlos lo que me queda de vida, tan pronto. Todo el mundo aterrizado o con un mínimo de esperanza en llegar a viejo sabe que los va a necesitar en algún momento, pero lo miramos con la distancia que da saber que, de momento y durante las próximas décadas, no hará falta. Siendo millenial y siendo el mundo en el que estamos, habiéndonos criado con el reloj del apocalipsis a las 23:58, pensar en llegar a vieja es casi ingenuo. La consecución normal de los cuidados dictaba que mis padres, en algún momento, los necesitarán, y ese es el horizonte más distante que puedo tener en la cabeza. Nunca me planteé el escenario en el que quien los necesitara, de forma indeterminada, iba a ser yo.
Sin mi energía me siento vulnerable. Gran parte de lo que soy, que os he contado arriba, se ha ido. No sé quién soy tirada en el sofá, pasando demasiado tiempo en Mastodon. No sé quién soy tumbada en la cama, intentando dormir una siesta que no llega, con la esperanza de despertar con una energía que tampoco llega. No sé quién soy entre las líneas de la lectura que me cuesta seguir, de la serie que me encanta pero pierdo el hilo, del problema que quiero resolver y se me escapa entre los dedos. No sé quién soy, incapaz de pensar en una compra de comida ordenada que me permita cocinar y comer. No sé qué hacer si día tras día me encuentro tan cansada que no puedo entrenar, y confundo el cansancio con pereza y con tristeza. No sé quién soy, salvo la que ahora se olvida de escribir a la gente que le importa, porque no es capaz de pensar en lo que tiene delante ahora mismo. La falta de energía ha dejado mi vida prácticamente vacía y ni siquiera tengo energías para volver a llenarla.
Hay mucha gente pendiente de mí, pero la que más cargo se hace es mi novia. Por un lado, porque es otra cuidadora incansable como yo, incapaz de contemplar sufrimiento ajeno sin intervenir a machetazos. Luego, porque es la persona con la que tengo la rutina de verme, siempre los mismos días a las mismas horas, a la que le cuento mi sufrimiento del día a día y la que no intenta arreglar nada que no haya intentado arreglar yo antes. Es la que me acompaña a hacer una compra razonable o a dar un paseo suave, es el hombro en el que lloro más a menudo de lo que me gustaría, es la que me acaricia el pelo cuando me cuesta dormir. Tener su amor es una bendición, pero no existen las bendiciones sin trucos porque si dios existe es un rencoroso; la parte mala es que me aterra no contar con su cercanía. Qué pasaría si el amor acaba. Qué pasaría si sigo con mis intenciones de irme de Madrid en algún momento. Qué pasaría si su paciencia se agota, o si otra cosa más urgente o más importante reclama su energía. Qué pasaría si es ella la que necesita la energía de mí. De repente he perdido mi independencia. Ahora soy dependiente. Ahora mis amistades no son una red de apoyo maravillosa que atesoro, ahora son, además, un salvavidas material. Ahora no puedo hacer como hice hace años de mudarme a Barcelona sólo por alejarme de Sevilla, buscarme la vida para conocer gente, acabar con amistades que duran hasta hoy. Ahora no puedo hacer las maletas e irme a ver si en otro sitio soy más feliz. Ahora no tengo la energía de hacer el proceso de empezar de cero hasta confiar en alguien lo suficiente para llorar en su regazo sin tener que explicarme. No me da miedo sentirme sola, pero sí me aterra sentirme tan vulnerable.
Hace unos días volvía a casa de madrugada, en taxi. La policía estaba parada en una salida a la autopista, pensaba que era un control de alcoholemia. Al pasar más cerca vi que se trataba de una señora muy mayor que paseaba por la cuneta, a las cuatro de la mañana. Sólo vi la escena un instante, tres policías hablaban con ella, su cara parecía algo confusa pero estaba bien. Tal vez no entendía por qué la policía había interrumpido su paseo. Por un momento me asaltó la idea de acabar como ella, en un arcén a las cuatro de la mañana, con tres desconocidos de uniforme pidiendo explicaciones. Si eso llegara a pasarme, no tendría a nadie que llamara a la policía por mí. No tengo hijos y todas mis amistades actuales son mayores que yo. Si ahora, con apenas treinta años, necesito una tribu para cuidarme, ¿qué no necesitaré cuando tenga ochenta, o demencia, o cualquiera de esas cosas que le pasan al cuerpo cuando decide que ya hemos visto el cielo lo suficiente? Tuve más miedo que esa señora, tuve miedo por ella y por mí. Puedo visualizarme cuidando, pero soy incapaz de imaginarme siendo cuidada.
Es una tontería preocuparme ahora por eso. Ni siquiera mi problema de salud es tan grave, me permite ser bastante funcional y además, de momento, puedo permitirme pagar por lo que yo no alcanzo a hacer. No sé qué tengo, podría tener solución. Podría no tenerla, pero miles de personas viven con algo así, o más incapacitante, cada día, y esas vidas también merecen ser vividas. Me siento ridícula con mis terrores, pero eso no hace que desaparezcan, sino que no los cuente. Me aterra no saber quién soy sin energía, me aterra tener que renunciar a tanto de lo que me ha conformado hasta ahora, me aterra perder la independencia. Me aterra la dependencia.
Es domingo, he tenido un día malo y es tarde. No paro de llorar, no puedo dormir y la pastilla que he tomado para que me ayude no parece estar haciendo efecto. Es la hora bruja de los pensamientos negativos, así que los conjuro aquí y los dejo atrás. Mañana será otro día, me daré un paseo al sol y todo parecerá mejor. Lo que me pasa no es grave. Tengo días buenos aunque hoy no haya sido uno. Tengo gente que me quiere y me cuida y que sé que puedo llamar si la necesito y aparecerá. Si tiene solución, la encontraré. Si no la tiene, me adaptaré a ello, como me he adaptado a tantas cosas, como se ha adaptado tanta gente a vivir así. Al final todo irá bien.
Pero ahora tengo miedo
Mañana sería otro día.
Querida, cuantísimo me ha resonado este texto. Ideas y miedos que solo estan ahí flotando como intuiciones que amenazan tormenta ahora me parecen más nítidas y me ponen en otro lugar (más compasivo). Justo he estado experimentando algo parecido (día productivo = día genial; día menos productivo = día de fracaso que hace tambalear todos mis cimientos, incluidos los identitarios). Es fuerte que nos pase esto, pero por suerte hay tías listísimas como tú poniéndole palabras certeras y ayudando a las demás a identificarlo. Te mando un abrazo gigante 💖
Y podemos comprender que un día, unos días, necesitemos descansos. Llevo muchos meses así, mi resistencia acaba por minarse y a veces me quiebro bajo el peso de mis propios huesos. Cuando los cambios en el cuerpo son tan profundos es inevitable que los cambios en la cabeza también lo sean. Pero somos de la misma especie que cruzó el estrecho de Bering andando sobre el hielo, podemos con esta.
Me parece un putadón que no tengas diagnóstico. Que a veces no sirven de mucho, pero otras veces, el hecho de ponerle nombre ya es un pequeño click. Yo tengo colitis ulcerosa y ahora un brote y la regla cada quince días tralará. Viene con fatiga crónica. Hace no sé cuánto que no hago la cama, ni voy a comprar ni como nada que no se pueda hacer en menos de cinco minutos ni hago deporte y ya no sé si tengo depresión o es que mi vida va a ser siempre así, con estos nubarrones y etapas de luz. Así que leerte ha sido un: «oh, casi todo esto también me ocurre a mí»: casi, porque no tengo pareja y hay cierto tipo de cuidados que parece que solo una pareja los puede proveer: o lo mismo soy yo, que lo pienso así y no los pido. No sé. El tema de los cuidados también me parece un melonar ante el que no sé cómo posicionarme porque qué bien cuidar o que te cuiden y qué mala cuidada soy y qué mala cuidadora cuando se me exigen esos cuidados. Y qué pasará cuando envejezca. Quién me cuidará. Posiblemente nadie.
Ojalá puedas tener mejor calidad de vida pronto. Abrazos enormes.
He borrado las menciones a enfermedades porque, sinceramente, lo último que quiero leer es todo lo que puede salir mal. Estoy en manos de médicos y solo me interesa la opinión de ellos. Bastante tengo ya lo con lo mío.
Pero gracias por todo lo demás. Ser mala cuidadora no significa que no merezcas cuidados, sino que tu rol en la sociedad utópica sería otro. Yo creo que soy buena cuidando, pero no me hace ser una buena cuidada. Ya nos apañaremos cuando seamos viejas pellejas
Me he pasado el finde con un resfriado voraz, intentando disfrutar del «abandono» a la febrícula y disfrutar sin hacer nada, que me lo había merecido con el último mes que llevaba y, al final, me asalta este mismo sentimiento y me encuentro a mí mismo forzando mi cuerpo y haciendo «cosas» (trámites pendientes, búsquedas de potenciales compras) para sentirme más feliz, mientras rechazo la oferta de cuidados de mis adres y amigues diciendo que no me hacen falta, que estoy bien, y todo ello con el sentimiento y la amenaza sorda de la futura dependencia de mis adres, de mi rol de cuidador indefectible cuando eso llegue y, en fin, que lo único que me ha consolado ha sido leerte. Te envío un abrazo gigante.
Otro de vuelta, hermoso mío
Abrazo fuerte
Mucho ánimo, Malti. Todo va a salir bien.
hace ya muchísimo tiempo que no se separar la felicidad de la sensación de energía y de hacer y que me aterro cuando tengo un catarro o, peor aún, cuando me despierto cansada sin ninguna razón en especial. a veces me obligo a hacer cosas solo para sacudirme ese terror, ese pensamiento insidioso «estaré cayendo en la espiral?». mucho ánimo, entre nosotras nos conocemos, yo al menos te «conozco». leerte es como estar en casa. gracias!
Ay, mucho ánimo y que recueperes esa energía cuanto antes y de la mejor manera!
Muchísimas gracias por compartir.¡Mucho ánimo, Malti!