Si algo he aprendido de estar rodeada de mujeres que escriben es a escribir sobre lo que duele. Y esto me duele más de lo que me gustaría reconocer, aunque aún no tengo claro por qué. Esta entrada es el ejercicio de tratar de averiguarlo.

Quien me conoce de cerca te podrá decir que tengo fuertes convicciones morales y trato de vivir acorde a ellas. Yo lo llamo «hacer el mínimo», porque realmente me parece que es lo mínimo que podría hacer para vivir con un poco de coherencia interna. No vendo mi fuerza de trabajo a empresas militares, fondos de capital riesgo, sector inmobiliario, apuestas, gig economy, petroleras o las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft). No compro en Amazon, Inditex, Shein y empresas objetivo del movimiento BDS1. No compro en tiendas de fast fashion salvo que no me quede más remedio, el producto sea de calidad, realmente lo necesite y las condiciones de trabajo no sean las peores. No compro electrónica nueva salvo que no me quede otra, y, cuando lo hago, miro que sea reparable y, si es posible, fabricado en condiciones dignas. Recurro a comercio pequeño, preferiblemente local o nacional, siempre que es posible. Tengo mi dinero en una cooperativa de crédito que no invierte en proyectos especialmente nocivos. No doy dinero a las plataformas de streaming excepto Filmin. Estoy migrando a software libre, o, al menos, que no pertenezca a gigantes tecnológicos. Tengo la electricidad contratada con una coopertiva que solo produce utilizando fuentes renovables. Ya no uso Twitter, apenas utilizo Instagram, no uso Facebook desde hace casi una década. Me niego a utilizar empresas de gig economy. Me hice esta web por dejar de usar Substack porque es un nido de nazis. Reduzco, reutilizo, reparo, reciclo.

Si os fijáis, todas estas acciones están relacionadas con lo que creo que es la forma más sencilla de actuar, que es cambiar mis hábitos de consumo, y lo cierto es que me pesa no poder comprometerme más con esos estándares. En algunos, en muchos más de lo que me gustaría, he tenido que claudicar: me gustaría ser vegana, pero sigo en recuperación de TCA en la que aplicarme restricciones alimentarias fuertes, incluso por motivos éticos, puede desencadenarme un brote y volver a conductas alimentarias que me dañan física y mentalmente y de las que me ha costado años salir. Por problemas de salud crónicos, tengo ciertas restricciones alimentarias y comprar algunas cosas en Mercadona me hace la vida significativamente más fácil. Recientemente he estado buscando trabajo y he acabado en una consultora flipada con la GenIA, trabajando para una grandísima aseguradora, porque no estaba en condiciones de esperar a que apareciera un trabajo más alineado con mis decisiones éticas. Sigo utilizando Windows en mi ordenador personal.

Trato de vivir con mis contradicciones, de recordar que la flexibilidad con una misma es la clave para no convertirme en mi propia policía, y de hacerlo lo mejor que puedo. No puedo eliminar todos los productos animales de mi dieta, pero sí puedo empezar por los que tienen mayor impacto ecológico: ternera, lácteos de vaca, peces carnívoros o de pesca con red. Cuando alguien me pide recomendaciones de software, sugiero opciones libres. Compro la fruta en la frutería, no en un supermercado. Y así, muchas pequeñas decisiones al día, voy dando pasos en la dirección en la que creo que debería caminar el mundo.

Mi problema es que el mundo no camina conmigo.

No siempre soy consciente del esfuerzo que le pongo a vivir acorde a mis principios. Tampoco del nulo impacto que tiene en el sistema contra el que quiero pelear: a Jeff Bezos se la suda que compre mis libros en la librería que mejor me caiga, los supermercados de Joan Roig siguen llenos, Shein tiene anuncios en la televisión nacional, se siguen talando selvas para cultivar soja para alimentar vacas. Mis acciones frente al capitalismo son el equivalente a tirar una sacarina a un pantano, y en realidad no está mal del todo que sea así, porque lo contrario significaría tener un enorme poder individual, y ahí es donde reside el peligro. Las fantasías en las que todo funciona acorde a mis principios no dejan de ser totalitaristas, aunque yo considere que mis principios sean los correctos. Nadie, nunca, debería tener el poder individual de cambiar el rumbo de todo un planeta (ni de un país, ni de una ciudad), y si hemos llegado hasta aquí es precisamente porque esa situación existe.

Y entonces, ¿por qué me molesto? Cuando estoy de buen humor me gusta pensar que vivir acorde a los principios es contagioso y que puedo servir de ejemplo a otra gente para que haga lo mismo y al final podamos cambiar algo, aunque sea poco y lento. Cuando estoy triste, siento que en realidad lo hago por tener una falsa sensación de control ante el inevitable colapso, que lo hago por sentirme menos culpable por mi participación inevitable en el sistema que me aplasta a mí, pero aplasta mucho más fuerte a mucha otra gente. Siento que mi esfuerzo es inútil, que debería rendirme, tomarme la píldora azul, activar la compra en un click de Amazon y que me traigan el papel higiénico a casa el mismo día que lo pido, tener cientos prendas de ropa barata preciosa para crear looks chulísimos y ser la más guapa de la fiesta, ahorrarme unos metros de hacer la compra ir elegir el supermercado más cómodo, comprarme el móvil que mejor selfies saque, aceptar aquella oferta de trabajo de Meta y cobrar el triple de lo que estoy cobrando ahora. Mi vida sería más fácil. No soy ingenua, sé que parte de la estrategia capitalista para escurrir el bulto es volcar la responsabilidad en las acciones individuales, pero, por otro lado, ¿qué es AirBNB sino un montón de decisiones individuales de irse de viaje por menos dinero unida a decisiones individuales de explotar un bien básico por un beneficio económico personal?¿tengo que esperar a que alguien con poder de cambiar el rumbo de algo decida prohibirlo para actuar, sabiendo que nadie con el poder suficiente va a hacerlo?

Pero no existe la píldora azul, no sé quitarme las gafas anticapitalistas, algo en mí se resiste a pensar que nada de este esfuerzo sirve de algo. Debe haber una mezcla de la falacia de costes hundidos, aferrarme a la sensación de control que tanto dinero de terapia me está costando disolver, y una negativa a renunciar a lo que forma parte de mí. ¿Con qué cara puedo declararme anticapitalista si no soy capaz del más mínimo esfuerzo, de la más mínima renuncia? ¿cómo podría vivir rechazando moralmente al sistema y al mismo tiempo sin oponer la más mínima resistencia? ¿de qué sirve repetir eslóganes marxistas en redes sin replantearme ni una de mis decisiones diarias?

Mi problema es que el mundo no camina conmigo.

Lo que se me olvida cuando estoy triste es que este camino no lo debería recorrer sola, porque ninguna acción vale nada individualmente, pero muchas, muchas veces me siento así. Cuando comparto una receta casera con mis amigas y una de ellas bromea con que me he olvidado del chorizo, me siento sola. Cuando veo cajas de Amazon vacías en el cubo de basura, me siento sola. Cuando pregunto de dónde es una prenda tan bonita y me responden de Shein, me siento sola. Cuando veo en Instagram que alguien está de vacaciones en una zona especialmente azotada por la crisis de la vivienda en un Airbnb, me siento sola. Cuanto más cerca ocurre, más sola me siento, más desesperanzada, más ridícula en mis esfuerzos, esfuerzos que considero lo puto mínimo pero que veo que nadie de mi entorno comparte. No sé si es que yo me he puesto unos estándares muy altos o es que el resto del mundo, incluyendo a la gente con la que comparto inquietudes políticas, los tiene muy bajos. No sé si me empeño por sentirme mejor conmigo misma, en subirme a un pedestal que yo misma he construido, cuando el balance neto de mis acciones es tan insignificante que el pedestal acorde sería una hoja de papel higiénico. No estoy preparada para enfrentarme a problemas que no tengo herramientas para solucionar.

Sé que la mejor forma de contrarrestar la sensación de desesperanza es la acción2, la agencia, sin importar realmente si esas acciones acabarán «ganando» o no. La esperanza no se tiene, se hace, cada día, con dedicación. El consejo de las activistas es que se escoja un frente, uno solo, y se luche en él, porque tratar de hacerlo en todos es garantía de burnout. Lo que hago en mi día a día ni siquiera lo llamaría «activismo», porque creo que esa palabra ha sido tan maltratada que nos hemos llegado a pensar que cosas que hacemos normalmente sin ningún esfuerzo, lo que haríamos igualmente, como dar la chapa en redes o existir, es activismo. Activismo viene de actuar e implica trabajo y ese trabajo es el antídoto contra la desesperanza. El activismo no se hace sola, se hace acompañada, en la calle, en las casas, en los barrios, poniendo en común miedos y estrategias. Quizás he decidido que mi frente ahora es la ética de consumo, pero no ha sido consciente, sino lo que se ha adaptado mejor a mis capacidades y energías de los últimos años. No sé cómo he llegado a esta situación.

Ayer hablaba con mi psicóloga de cómo encontrar el equilibrio entre mis principios y la flexibilidad para que esos principios no me hagan la vida tan difícil. Le dije que en realidad los principios no se me hacían difíciles de seguir, sino hacerlo sola. En momentos en los que la dismorfia ataca, fantaseo con que esa prenda tan bonita de Zara me va a hacer sentir guapa otra vez, y me reprocho a mí misma no permitirme esa facilidad disfrazada de felicidad. Cuando la casa3 me agobia, me pregunto por qué no encargo todo a Ikea y dejo de complicarme con la segunda mano y el DIY. Cuando la vida se me hace cuesta arriba, mi cabeza me susurra que suelte el lastre que me he puesto yo misma. Total, si mis acciones no importan nada, dejar de hacerlas no va a significar nada, ¿verdad?

Mi psicóloga no ha visto Star Trek, así que no pude explicarle que el lema de los Borgs4 es «Resistance is futile». Tampoco pude explicarle que lo que se opone a los Borgs no es solamente Picard, o solamente la Enterprise, sino un esfuerzo coordinado de toda la Federación ante un terror que no se acaba. Tengo que hacerle caso y aprender a flexibilizar en mis principios, y tragarme esa incomodidad por haber cedido, ser compasiva sin ser autocomplaciente. Y también tengo que aprender que no puedo hacer nada de esto sola, porque no estamos hechas para hacer nada significativo a solas. Aún no sé cómo resolver esto.

  1. Boicot, Sanciones y Desinversiones. Más aquí ↩︎
  2. https://www.newyorker.com/magazine/2021/12/06/frantz-fanons-enduring-legacy ↩︎
  3. Me he mudado, ya os contaré ↩︎
  4. https://www.youtube.com/watch?v=UolX8swBJHc ↩︎

10 comentario sobre «La píldora azul»
  1. Hola Malti,
    tu post me ha hecho sentir acompañada pero también bastante triste, porque me reconozco en mucho de lo que escribes, y creo (y también quiero creerlo) que somos muchas a las que nos va a resonar este texto. Yo también siento que hago un mínimo que no es que me parezca particularmente difícil seguir (aunque seguro que me complica la vida más de lo que estoy dispuesta a reconocer), pero que me resulta agotador cuando me ahoga el individualismo y pierdo la sensación de colectividad. No sé si este comentario te servirá de mucho, pero gracias por hacerme sentir menos sola.
    Abrazos

  2. Buenas, para nada estás sola, ni en tus convicciones ni en lo que sientes. Yo también comparto ese sentimiento de querer vivir de acuerdo a mis convicciones pero sentir que nadie o poca gente a mi alrededor las comparte y que en ocasiones incluso les suena a broma, pero cuando me dicen algo pues les suelto la murga porque no me da la gana callarme. Por lo general no lo hago con todo pero si con el tema de la moda, Primark, Shein etc. No es que no haya otras cosas criticables pero es el balance que he encontrado, hay cosas que ignoro pero esta no y cuando sale suelto mi discurso. No me hacen ni caso pero dejo claro que eso está mal, y puedo pensar que por lo menos he intentado algo. Creo que nuestro deber es hacer que todo sea mejor en la medida en que podamos, pero dependiendo de muchas cosas hay quien podrá aportar en algunos aspectos o en otros, pero no creo que debamos ser infelices por las cosas que no podemos cambiar o porque en un momento dado nos apetezca o hagamos algo “indebido”. Que un día quieras comer carne o comprarte un loquesea en Zara no creo que esté mal porque sabes lo que implica y será algo ocasional. Lo que está acabando con el mundo es la gente que basa su vida en eso, abuso irracional de carne o productos que no sean de temporada, comprar ropa cada día para usarla una vez, etc. Yo leo todo lo que haces y me parece más que loable porque yo no creo que llegue a la mitad, pero creo que hay que ser consciente del contexto de cada uno (familia, amigos, vecinos/conciudadanos…) y mejorar lo que se pueda, pero sin ser infeliz por lo que no se puede cambiar (y no digo que no nos preocupemos por ello o lo ignoremos), porque hay que tener vida para poder hacer cosas, y si eres infeliz sacar energía es mucho más difícil.

  3. Tía, la cosa es que no estás sola. Que igual estamos esparcides demasiado por el mundo pero la ética de consumo es jodidísima… y vivir constantemente frenando para no entrar en lo fácil que es lo cómodo y lo asequible es agotador. Pero es que la alternativa, para mí, es peor… “es que te crees mejor que les demás”… pues no, solo intento reducir las disonancias cognitivas que me plantea el mundo.
    Vaya, que aunque sea un camino solitario, no estás sola en él.

  4. Te siento una barbaridad. No estamos solas, siempre estamos teniendo alguna influencia, aunque sea indirecta, sobre alguien o algo. De todas maneras, bienvenida esa flexibilidad. Eso es algo en lo que también trato de trabajar últimamente porque quiero cambiar el lugar desde el que lo hago a uno que no sea mi fiscalización continua. Ahí estamos

  5. Como ves por otros comentarios, no estás sola, en esa disyuntiva estamos muchas. Lo estamos en silencio y encerradas en nuestras cabezas, poca energía queda para luchar fuera con esas tormentas de pensamientos. Convertir nuestras convicciones en tortura es también el mecanismo de esa parte jodida de nuestra cabeza de disciplinarnos, y más en las que arrastramos TCAs. A veces hay que priorizar luchas porque la olla va demasiado rápido para controlar todas las voces que sueltan mierdas. No es lo mismo comprarte dos jerseys en Primark cuando llega el frío que salir cada semana con una bolsa gigante, tampoco es lo mismo entrar en un Zara que tener la app de Shein instalada. En fin, que no estás sola, cuéntanoslo y te contamos lo nuestro. Un abrazo enorme.

  6. Yo cuando me siento así leo a Prachett o a LeGuin, es la unica forma que tengo de recodar porque lo hago. Recomiendo especialmente Los que se fueron de Omelas. Ánimo!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *