Creo que el título es suficiente aviso de contenido, pero reitero: voy a hablar de bifobia, sin ahondar en detalles ni ponerme fatalista. También me centraré en identidades binarias, porque las no binarias y su relación con la bisexualidad son un asunto que escapa por completo a mis capacidades.
Es prácticamente inevitable que, al sentar a mujeres lesbianas y bisexuales en la misma mesa, no acabe saliendo el asunto de la bifobia. Esa discusión, tan necesaria y tan improductiva, que seguirá saliendo una y otra vez hasta que deje de ser una discusión y se convierta en una escucha, que seguirá siendo improductiva hasta que nos tomen en serio como interlocutoras legítimas, que a su vez no ocurrirá hasta que no dejemos, colectivamente, de mirar a las lesbianas como el ejemplo a seguir, como inspiración moral, como unas hermanas mayores vistas por las hermanas varias décadas menores. La única manera de tener una conversación constructiva es cuando las partes están emancipadas unas de las otras, y levantar la rodilla del pecho ajeno suele ayudar.
La cuestión de la bifobia sigue en pañales. La relación ideal entre la teoría y la práctica es circular: primero empieza la práctica, que se extiende, que se recoge en la teoría, que a su vez sirve para dar herramientas y extender y ampliar la práctica. Esto quiere decir que para entender a fondo la bifobia primero hay que entender que es una práctica extendida en todos los aspectos de la sociedad y en todos los grupos sexoafectivos (y el reciente informe de COGAM dice que la cosa no está yendo a mejor). Pero para ver eso hay que identificarla, señalarla, protestar y pelearla. Entiendo de dónde viene el centrar ese señalamiento cuando viene de las lesbianas, porque nuestro primer instinto es buscar la aprobación de nuestras hermanas mayores, y duele horriblemente cuando llega ese rechazo. No nos sorprende que el bully del colegio en forma de heterosexualidad la tome con nosotras pero deseamos que ellas, nuestras admiradas, nos protejan. La discusión sobre si es justo exigir más a la gente “de tu bando” la dejaré para otro momento.
El problema es que ese es el (casi) único contexto en el que se habla de bifobia. En la charla de ayer del Encuentro Literario Queer (deseos e imaginarios bibolleros) se anteponía constantemente lo sáfico (que creo que es una palabra más acertada para ese tema, pero con mucha peor prensa) a “lo gay”: la cultura gay, la afectividad gay, la sexualidad gay. Sobre lo bueno y lo malo, lo que podemos aprender y lo que parece mejor evitar. Se planteaban estas posturas como prácticamente irreconciliables, sin darse cuenta de que la respuesta la tenían delante de las narices y nadie era capaz de verla, ¿dónde están los hombres bisexuales?
Incluso en esa charla tan hermosa y divertida, la ausencia, para mí, era un estruendo: si vas a hablar de deseo entre mujeres, habla de safismo. Si vamos a hablar de deseo bi-bollero, eludir el deseo de las mujeres bi hacia los hombres es, como poco, descuidado. Se vuelve esquivar la bisexualidad evitando deliberadamente el espacio que hay entre lo homo lésbico y lo homo gay, como si fueran dos binarios en las antípodas del mundo incapaces de tener un punto en común. Como si las mujeres bisexuales no deseáramos a hombres. Como si los hombres bisexuales no desearan a mujeres. Como si no participáramos en esas culturas lésbicas y gays pero teniendo un horizonte mucho más amplio, con experiencias cruzadas y confusas, como si todo ese espacio intermedio estuviera deshabitado.
La conversación sobre el deseo hacia mujeres cuando eres bisexual calma una sed primitiva, pero creo que parte de esa sed es de validación impuesta. La charla no puede desviarse hacia otras partes del deseo que no implican a mujeres. Se entiende que desear a hombres (cis, y aquí hay otro melón por abrir) es siempre heterosexual y por lo tanto no tiene cabida en la esfera queer. La aceptación siempre es un chantaje, pero es un chantaje que estoy harta de tolerar. Mi deseo hacia hombres tiene nada de heterosexual, incluso aunque mi pareja en ese momento lo sea. Lo hetero no es una ecuación en la que sumas a un hombre y una mujer y sale la heterosexualidad, tan inevitable como las leyes de la termodinámica, como si ser hombre y ser mujer fueran categorías tan planas como los dibujos de los libros de recortables infantiles. Si entendemos la categoría mujer como algo amplio, complejo y a veces contradictorio, desde lo butch difusamente transmasculino como Leslie Feinberg hasta la hiperfeminidad neumática de las bimbos, debemos entender que esa misma amplitud existe en la categoría hombre, desde la hipermasculinidad esteroidea de los culturistas hasta los maricas que hacen de la pluma un retablo barroco. También debemos comprender que las relaciones que crean entre ambas categorías (que no son estancas entre sí) no son tan sencillas de clasificar como nos gustaría.
Hablar de deseo bisexual sin hablar de hombres bisexuales no sólo es otra luz de gas (y van cuántas), sino que además, siendo egoistas, es una maravillosa oportunidad perdida. Los hombres bisexuales son los que nos han enseñado a a amar la pluma, a desear la masculinidad suave, a entender la ambigüedad como algo atractivo, a abrazar la vulnerabilidad como parte de existir, a explorar otra forma de relacionarse con hombres que no sea siguiendo el guión cishetero asignado al nacer. Son los hombres que no le temen a las feminidades apabullantes ni a las masculinidades imponentes. Son el encuentro entre el vínculo ante todo de la cultura de relacionarse con mujeres y la enajenación corporal de la cultura gay, trazando mapas sobre territorios que no sabíamos ni que existían. De este aprendizaje nos beneficiamos todas, todos y todes: desmontar las ideas monolíticas sobre El Hombre es siempre algo positivo, y aprender formas distintas de serlo es necesario y urgente. Escuchar, leer, entender a los hombres bisexuales de mi entorno ha sido y es un bálsamo y a la vez un revulsivo, una llamada a las armas y ganas de hablar durante horas bajo luz suave y rodeados de cojines. Los amo de una manera platónica, furiosa y tierna, como una forma de sobrecompensar el desprecio que sufren por parte del resto del mundo. No puedo hacer gran cosa, pero la rabia y la ternura se me dan bien. Podéis contar con ambos.
Censurar los deseos propios esperando respetabilidad es un error, censurar los deseos ajenos alegando rectitud moral es chantaje. Reproducir la policía del deseo heterosexual en ambientes que se jactan de no serlo es sacar a relucir al fascista que llevamos dentro, es un ejercicio de poder que sólo tiene como resultado apaciguar la inseguridad propia a base de estrangular vidas ajenas. Si una persona bisexual te hace sentir inseguridad igual es que debes plantearte de dónde viene esa inseguridad y de quién es culpa. No os debemos certeza, ni binarismo, ni silencios, ni mesura, ni rectitud, tenga la forma que tenga. Los deseos, todos, de todas las personas, son diversos y cambiantes y volátiles y es responsabilidad colectiva crear entornos en los que se puedan explorar, sin miedo, sin censuras, sin que parezca que tiemblan los cimientos de la civilización personal cuando esas preguntas aparecen. Tal vez hasta aprendáis algo de vosotros mismos. De verdad que no es para tanto.