Esta es mi opinión sobre el fenómeno Barbie, pero no sobre la película, porque aún no la he visto, así que no hay spoilers. Tampoco hay advertencias de contenido aparte de que estoy enfadada.
No me puedo creer que tenga que explicar esta mierda, pero allá voy.
Que los incels alérgicos a todo lo bueno y bello que hay en el mundo tecleen furiosamente contra la histeria colectiva del rosa que ha desatado Barbie me lo esperaba. Que autodenominadas feministas, tías leídas, con conciencia de género y en principio aterrizadas en el planeta Tierra occidental estén desconcertadas y hasta decepcionadas por ello no me lo vi venir.
Vivo cada vez más intrigada por lo estético. La estética es esa parte de la filosofía a la que nadie le da importancia porque se considera superficial (y femenina), pero que impregna nuestra relación con el mundo inevitablemente: la mayor parte de la información que recibimos de nuestro entorno proviene de la vista. Fingir que estamos por encima de la estética es aún más ridículo que fingir que estamos por encima de la espiritualidad: todo el mundo tiene la suya, si te empeñas en negarla entonces se va a filtrar por donde menos te lo esperas. Al creer que un análisis estético es superficial y no prestarle suficiente atención se cae en la mirada por defecto, la básica, la no tan deconstruida como se quiere creer, es decir, la mirada masculina.
Que la mayor parte del aprendizaje intelectual se haga en redes sociales inmediatas que están pensadas para slogans y memes puede ser una parte de la culpa de esto, pero creo que la causa de esta miopía viene de no tener la suficiente humildad (o cabeza) para darle tres vueltas al hot take de turno. Los slogans están genial para difundir puntos de partida, pero no dejan de ser ideas simplificadas hasta el mínimo y es responsabilidad nuestra darle una pensadita en casa. No digo que nadie lo haga, sino que en general se hace sobre todo con las ideas que ya conocemos y que ya validan nuestro punto de vista. Eso sí, si nos valida, entonces somos capaces de sobrepensar hasta alejarnos tanto de la idea original que no sepamos ni cómo hemos llegado a discutir sobre el sexo de los ángeles. Nada en el mundo gusta más que darnos la razón.
La estética es, entre otras cosas, el primer punto de contacto a la hora de relacionarnos. Las decisiones que tomamos (consciente o inconscientemente) a la hora de presentarnos al mundo van a marcar cómo se nos percibe: no se lee igual a una mujer hiyabi que a una con traje chanel, o con un mullet azul, o con una minifalda roja, o una camiseta del Monkey Island. La estética sirve para reconocernos dentro de esas tribus que seguimos conformando, incluso la gente que dice que le da igual la ropa lo sabe: pregúntale a esa gente si se pondrían un vestido de flores, verás como de repente sí le importa la ropa que se pone. Casualmente, a nadie le importa la ropa siempre y cuando no sea femenina. Y aquí es donde yo quería llegar.
Las críticas (abiertas o veladas) al fenómeno Barbie que he visto hasta la fecha se dividen en dos tipos: las de los incels, que voy a ignorar, o los desprecios por frivolidad, que es la que me ha sentado como una patada en la boca del estómago y sobre la que voy a elaborar.
Primero, estoy agotada de que las mujeres no tengamos ganado el derecho a la frivolidad. Nos vemos en la responsabilidad de politizar todo lo que nos gusta (y es femenino) para evitar ser denostadas públicamente, para no perder estatus social o intelectual, porque parece que es incompatible ser una tía listísima y disfrutar de cosas (femeninas). Aquí estamos, tratando de intelectualizar que nos gusta el reguetón, las novelas románticas, llevar tacones o determinadas prácticas sexuales para que las adalides de la pureza de espíritu no nos releguen a esa palabra tan condescendiente que es “alienadas”. Todas esas cosas pueden tener un significado político (absolutamente todo lo puede tener si te haces la paja mental lo suficientemente fuerte) pero a veces es que simplemente nos gusta perrear hasta el suelo, leer porno, sentir que tenemos piernas de metro y medio de largo o que nos pongan como un pollo asado. Casualmente en esos grupos no hay que justificar cortarse el pelo, llevar Doc Martens o hacer boxeo. Y heme aquí, teniendo que explicar que a las femmes los haga ilusión que salga una peli dirigida expresamente a las femmes. Nadie le busca las vueltas al entusiasmo por la última de los Vengadores, a pesar de que también puede ser algo muy frívolo y político a la vez. Pensad en Barbie como nuestra vengadora rosa, si os es más fácil entenderlo así.
Lo segundo que toca las narices es la asunción de que Barbie es heteronormativo. Amigas, a estas alturas de la vida creo que somos capaces de dedicar un minuto a reflexionar. Hemos sido capaces de resignificar instrumentos de opresión patriarcal como los cuidados, el matrimonio, la maternidad o los trabajos artesanales, ¿no somos capaces de entender entonces que no todo es tan sencillo? Entendemos que los muñecos “para chicos” como los Action Man son fantasías de poder, ¿pero no entendemos que Barbie también puede ser una fantasía de poder? Si queréis que saque la historia, la saco: Barbie fue creada en 1959, pero Ken no salió hasta 1961 y sola y exlcusivamente como interés romántico de Barbie. Desde el principio, Barbie tenía profesiones tradicionalmente asignadas a hombres: nada más salir era diseñadora de moda (que no “solamente” modelo), en 1963 salio la Barbie Career Girl, la ejecutiva. La astronauta es de 1965 y la cirujana de 1973. Hay una que es nadadora olímpica de 1975. Además, desde el principio, todos los accesorios de Barbie son rosas: el coche es rosa, la casa es rosa, etc. Esto señala que pertenecen a Barbie, los ha pagado ella y no Ken, en una época en la que en USA una mujer no podía tener una cuenta corriente sin autorización de un hombre. Como dijo Cher, que le encantan los hombres, pero no los necesita, son como el postre. Ken es un accesioro más, como otro conjunto de ropa o su bicicleta. No estoy diciendo que Barbie tenga que ser un modelo a seguir, pero hemos entronado símbolos culturales como feministas por mucho menos. Pero claro, no vestían de rosa.
Las muñecas son juguetes y los juguetes pueden ser nocivos cuando los adultos intervienen en cómo se usan. Mis barbies (heredadas o del bazar por quinentas pesetas) no me hacían sentir gorda, los niños del colegio que me lo cantaban a diario sí. Mis barbies eran lo que yo querían que fuera: modelos de pasarela, lesbianas o compañeras de aventuras del Action Man que le regalaban a mi vecino el mariquita. Yo le prestaba mis barbies, él me prestaba sus action man, el vivía su fantasía femenina de purpurina y pelo largo y yo me iba a creerme Indiana Jones en los arbustos del parque. Barbie era la capacidad de soñar: un dia era una princesa y al día siguiente le pintaba la cara con rotulador como si fuera el Schwarzenegger en Commando. Tuve mi role model macarra en Sarah Connor en 1984 pero he tenido que esperar hasta 2023 para vivir la apología colectiva del rosa. Y ese niño mariquita también.
Sobre la femmefobia en general y la que se produce aquí en particular hablaré en otro momento.
Lo último, y lo más difícil, es haceros entender esta euforia. Comprendemos (aunque sea vagamente) la euforia de género de las que hablan las personas trans cuando se ven reafirmadas por la imagen que les devuelve el espejo, pero no nos creemos que esa experiencia también la pueda vivir la gente cis. Parece que una vez que tu género coincide con el asignado ya no hay más, no hay exploración, ni maneras de vivirlo, ni diversión, ni disforia, ni nada, y eso no es así, por fortuna. Observar cómo se relaciona con la feminidad las personas a las que no les fue asignada me ha sido tan enriquecedor como leer a Silvia Federici, porque esta última alimenta mi intelecto, pero las primeras me inspiran a cuestionarme y conocerme mejor que cualquier teoría, y le debo tanto a la Federici como a Jonathan Van Ness. Es muy difícil explicar qué se siente cuando te ves, te reconoces y te encanta, cuando puedes ir por la calle tan mamarracha como te apetezca o encarnando las fantasías que casi no te das permiso para tener. La muñeca Barbie permitía soñar y la película es que está dando el espacio público para poder hacerlo realidad por unas horas. Los cines se llenan de chicas a las que de adolescentes les dijeron que no se maquillaran tanto y que se cambiaban la ropa por un minivestido en el portal de casa de sus padres. Se llenan de mariquitas a los que les dijeron que las barbies eran “de chicas” y no se las iban a regalar por su cumpleaños, y que no se atreven a vestir de fucsia por la calle. Se llenan de gente masculina con la suficiente confianza como para saber que vestir de rosa pone nada en peligro. Se llenan de gente como yo, que nunca hemos vestido de rosa ni somos especialmente fans de Barbie, pero amamos la alegría que esta película está dando a toda esa gente que sí la esperaba.
Entiendo que esta película no apele directamente a los corazones de todo el mundo, pero me parece tan cínico y tan podrido ver esas fotos de colas de cine y expresar desprecio y condescendencia por esa felicidad, que he tenido que escribir esta carta llamando al orden. Puedo entender que tu euforia de género no esté en el rosa o no exista, pero no empatizar con la alegría, como mínimo quedarse en una distancia indiferente, de gente que está yendo al cine feliz sin hacer daño a nadie no lo comprendo.
O sí lo comprendo, pero la explicación que me sale no me gusta nada, y sospecho que tiene que ver con que el color elegido sea el rosa.