Hace justo hoy dos meses recibí una newsletter de Stoya. Entre otras cosas, en su newsletter habla de cómo ha vuelto a casa en el sentido del viaje del héroe: al país de origen de su familia materna (Serbia), al contacto con su madre y su abuela, a la cultura cristiana ortodoxa que impregnó su aprendizaje. Sin querer profundizar más, en esa newsletter mencionaba esta cita:

It is the act of a madman to bare the breast to agony

Rebecca West, Black Lamb and Grey Falcon: A Journey Through Yugoslavia.

Por supuesto, ante una cita así, no me quedó más remedio que investigar más.

Rebecca West fue una escritora londinense nacida en 1892, y ese no era su nombre de verdad sino un seudónimo. Periodista, escritora, feminista y decididamente implicada en las causas justas. Entre otras obras, tiene una novela dedicada a analizar las consecuencias que sufrieron los soldados que volvieron de la primera Guerra Mundial, una biografía de San Agustín, y este libro, llamado Cordero Negro, Halcón Gris: 1300 páginas (1180 en el orginal) de libro del viaje que hizo por Yugoslavia durante 6 semanas, empezado en la Pascua de 1937. Si estáis familiarizados con la historia europea del último siglo, tal vez os suene que ese no era el mejor momento para tener frontera con Austria, Hungría e Italia. Por lo que sea.

Mi vergonzosa falta de conocimiento sobre los Balcanes sólo hizo que mi curiosidad fuera aún mayor. Esa región de Europa, tan cerca en el sentido geográfico, en la que había pasado todo y yo no me había enterado de nada. Sabía que habían estado ocupados por el Imperio Otomano durante cuatro siglos. Sabía que después habían pertenecido forzosamente al Imperio Austrohúngaro. Recordaba de pasada la guerra de los Balcanes, el asesinato de Francisco Fernando, y la invasión durante la primera Guerra Mundial. Luego Yugoslavia, la segunda Guerra Mundial, la Yugoslavia de Tito. La guerra que disolvió Yugoslavia. La guerra de Bosnia. Recuerdo ver en la tele la guerra de Kosovo y los crímenes contra la Humanidad de Milošević. Lo único que sabía de esa región es que no habían conocido otra cosa que no fuera la guerra.

Decidí que tenía que leer ese libro. Había sido editado en español en el año 2000, y los ejemplares de segunda mano estaban a precios desorbitados en mis fuentes habituales. Una biblioteca a 40 minutos en metro de mi casa lo tenía, así que esa misma tarde fui a por él. Es un tomo grueso, gastado y reparado con cariño, en un cartoné que ha mantenido el paso del tiempo a fuerza de cinta adhesiva y buena voluntad. Es un libro pesado, de letra apretadísima, denso como un muro. La ficha de préstamos dice que lo han pedido prestado en 2009, 2013, 2018 (dos veces), 2021, 2022 y 2023 (tres veces, la última es la mía), pero el desgaste del lomo promete que ninguna ha sido una lectura fácil. Sólo por lo que pesa, ya es un esfuerzo.

Me encantan los libros de viajes, por el mismo motivo por el que me gusta leer sobre cine aunque apenas veo cine: es ver la vida con los ojos prestados de otra persona, que seguramente sepa mucho más que yo, y que tiene a su alcance cosas (conocimiento, dinero, tiempo) que yo no. Los libros de viajes que no son recientes, además, te llevan a lugares que ya no existen como los describen; Trieste no es la misma ciudad que me contó Jan Morris en su libro cuando lo escribió, ni era la misma que ella visitó como soldado en 1945. El añadido extra a este libro es que no sólo los países que visita han cambiado al ritmo orgánico al que suelen cambiar las ciudades, es que Yugoslavia como tal ya no existe. Peor aún, había pasado por ahí la apisonadora nazi. Este libro es un relicario que ni siquiera sabe que lo es, porque la Operación 25, el plan de invasión de Yugoslavia por parte del Eje, ocurrió en 1941. Este libro es la foto de Anna Frank sonriendo en su pupitre.

Al poco de empezar a leer este libro, supe que quería tenerlo en papel. Lo encontré a un precio muy razonable (con defectos en la cubierta) y la empresa de mensajería lo perdió. Lo volví a encontrar, por algo más de dinero, con marcas de boli en las primeras páginas. No pasó de la 60, y lo entiendo; este libro es un reto de lectura. 1300 páginas de diario de viaje, minucioso hasta la delicia (e innecesario), articulado con tramos de historia del país, de la región, incluso del pueblo que está visitando. No sabía que podía digerir tanta genealogía del reino de Bosnia, pero aquí estoy. Este libro me ha capturado, y supe que quería tenerlo en papel porque sentía la necesidad constante de subrayar, pegar marcadores, tomar notas, releerlo, consultarlo, tenerlo a mi lado. No hice nada de eso, porque el ejemplar mío llegó cuando me faltaban 100 páginas para acabar el de la biblioteca, pero sé que no pasará mucho antes de que este libro me vuelva a llamar.

Es díficil escribir una opinión sobre este libro. Es un libro monumental, una obra magna, un proyecto gigantesco, un tapiz mágico que captura el presente, pasado y futuro de un conglomerado de naciones (no en el sentido de estados) y sus relaciones entre sí. Es un compendio de historia, teoría política, antropología, historia del arte, filosofía, religión, libro de viaje y diario personal. Además, es una escritora afilada, inteligente, dedicada a la belleza y a veces cruel, y algunas de sus frases me han hecho reír en medio de la noche («Era una de esas viudas con una presencia que hacía que sus maridos parecieran especialmente muertos»). También era una mujer de convicciones que deja claras en el libro, sin intento de colarlas como hechos en ningún momento; sus opiniones son el producto de una reflexión larga e informada sobre lo que está hablando, y muchas veces no estoy de acuerdo con ella, pero no se puede decir que no sea honesta. Está tan implicada en su obra que no va a cometer el error de fingir que es una escritora imparcial: es pro serbia, pro Yugoslavia, anti nazi y anti imperialista. Es tan directa en sus opiniones que choca hasta en esta modernidad en la que parece fácil encontrar opiniones, pero difícil encontrarlas bien fundamentadas. Esta mujer ha dedicado décadas de su vida a formular de la mejor manera los problemas de Europa, utilizando Yugoslavia como ejemplo, señalando nuestras vergüenzas impresas en la roca de ciudades arrasadas y en el hambre de su gente.

Muchas cosas me fascinan de este libro, pero lo que más es la meticulosidad, cariño, admiración honesta, con la que describe cada una de las naciones que visita. Con apoyo de la historia de la zona va construyendo al lector un perfil psicológico de cada pueblo, pero no con la intención de simplificar el carácter, sino para señalar la belleza única de cada uno de ellos. Es un libro nacionalista y anti imperialista, y te explica la diferencia: Napoleón era imperialista, pero no nacionalista, porque se ocupó de aplastar cualquier atisbo de diferencia cultural en toda Francia y las consecuencias llegan hasta el día de hoy, en el que no hay más lengua oficial que el francés. El nacionalismo sin imperialismo señala las fronteras etnográficas de las regiones, no las geográficas. Ese carácter nacional lo explica hablando de comida, ropas tradicionales (y se lamenta cuando encuentra a gente vestida al estilo occidental para parecer más respetable), festividades, religión e historia, sobre todo bélica, porque nada imprime carácter como pasar hambre y llorar muertes. La respuesta a la adversidad de cada uno de esos pueblos. No basa estas diferencias es cuestiones raciales, aunque a veces lo parezca; las diferencias entre eslavos del sur o germanos no las justifica en un determinismo biológico, sino cultural. Opresores y oprimidos. Católicos y ortodoxos. Los que se resistieron a los otomanos durante siglos y los que agacharon la cabeza. Los que han adoptado el carácter musulmán ante la sensualidad y el placer y los que se rigen por la rigidez protestante. Los que se han asentado sobre tierras fértiles de Serbia o sobre los páramos agrestes de Macedonia. Macedonia sigue siendo, a día de hoy, el país más pobre de Europa.

No quiero entrar en demasiados detalles sobre el libro, porque para eso necesitaría leerlo de nuevo y acabaría con otro libro escrito, y la mitad serían citas. Llevo tiempo queriendo elaborar lo que me hace sentir, pero me ha costado sentarme, y, una vez sentada, me está costando encontrar las palabras. Llevo tres horas para escribir mil quinientas y siento que ni siquiera he empezado a explicarme, tan inmenso es este libro y tan inmenso ha sido el impacto en mí. Si alguna vez mi supervivencia deja de estar vinculada a mi trabajo y puedo dedicar todo mi tiempo a una cosa, querría escribir un libro como este. No tengo ni el talento ni el oficio de la autora, ni la oportunidad de dejarlo todo durante cinco años (su marido los mantuvo a los dos ese tiempo), pero me parece un proyecto digno al que dedicarle una vida.

Durante toda la lectura no pude quitarme de la cabeza que todo eso que cuenta estaba a punto de desaparecer. Sólo en la invasión, los alidados del Eje mataron a cerca de 250.000 personas. Los nazis mataron a prácticamente todos los judíos de Sarajevo, la ciudad en la que conoce a una pareja de ancianos judíos con un baño excesivamente decorado y una cortesía deliciosa. Casi con toda probabilidad, murieron. El guía del viaje es Constantine, un erudito judío serbio enamorado de Yugoslavia y de una esposa alemana nazi que detesta todo lo eslavo, todo lo judío y todo lo que significa su marido. West no tuvo manera de saber si Constantine había muerto, pero casi con total seguridad, sí. Musulmanes, gitanos, bailarinas de cabaret, poetas y profesores de universidad; todos gente con la que he tomado un té o un almuerzo (vicariamente) y que cuando este libro fue publicado estaba muerta. Tardé casi una semana en leer el breve epílogo. En él, afirma que salvo la esposa de Constantine y un monje alemán sospechoso de ser un espía, todas las demás personas que conoció están, casi con total probabilidad, muertas. El viaje en sí termina en Budva, Montenegro, descubriendo que Italia ha comprado unos cuantos oficiales, apresado a cuatrocientos jóvenes albanos que podían causar problemas para Italia, los han acusado de complot comunista y los han matado a todos. Italia invadirá Albania en 1939. No quería seguir leyendo, no quería terminar el libro, porque si yo no avanzo en mi lectura, el tiempo no pasa por sus páginas, y toda esa gente podía seguir viviendo sus vidas, algunas miserables, otras felices, todas complejas y hermosas, congeladas en el tiempo, en algo que pasó hace 83 años.

Aún no he devuelto este libro a la biblioteca, aunque ya voy una semana tarde. De alguna manera no quiero despedirme de él, aunque tengo ya mi ejemplar. No quiero despedirme de Rebecca aunque lleve cuarenta años muerta, porque quiero preguntarle en qué momento decidió escribir este libro. Qué pasa por tu cabeza el día que decides que vas a dedicar cinco años por completo al estudio de un país que sólo habías visitado una vez y por un tiempo breve. Qué fue lo que te atrapó, qué intuición tuviste, que te impulsó a dedicar tanto trabajo y tanto, tantísimo cariño, a unas naciones a las que la Historia no les ha prestado atención. Tal vez fue un intento de reparación y justicia, tal vez quisiste aprender sobre Europa analizando las vergonzosas consecuencias de los vergonzosos actos.

Tal vez tuviste un mal presentimiento.

3 comentario sobre «Inventario de un país que ya no existe»
  1. Uffff por el libro y por tu texto. No pensé que esta entrada me fuera a impactar, porque yo apenas sé nada de Yugoslavia. Recuerdo cuando la guerra de Bosnia ocupaba los telediarios y una compañera nos hizo una exposición en clase… Pero poco más. Y me ha impactado. Y qué bien escrita, María. Gracias por compartir esta pasión de libro con nosotres.

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