Ayer, 17 de mayo de 2024, fue un día tan bueno como cualquier otro para decidir que es el día en el que ya has tenido bastante. Roberta Marrero se suicidó, dejando una nota que decía «Love you all», un piso atestado de libros y decenas de corazones pensando qué habríamos podido hacer para evitarlo.

La de ayer fue una tarde de gritos, llantos, llamadas de teléfono, abrazos, preguntas que nadie sabe responder, velas, poemas, regalos, risas amargas y beber vino tinto sentada en el suelo. Roberta ya no estaba.

Cuando ocurre una tragedia, mi primera reacción es ocuparme y atender. Atendí a mi novia en cuanto recibimos la noticia. Atendí a las personas a las que llamé para seguir comunicándola antes de que llegara al desacato de las redes. Atendí a las personas con las que nos reunimos, me acordé de llevar pañuelos, ansiolíticos y bálsamo para los labios. Atendí la puerta para la gente que llegaba, atendí lágrimas y abrazos ajenos, atendí el dolor de las travestis que tenía cerca tan bien como pude, sabiendo de las distancias que no podré salvar.

Cuando está todo el mundo atendido, cuando todo el mundo ha llorado, ha reído un poco, ha cenado y se ha ido a dormir. Cuando estoy sola y no queda nadie a quien atender. Cuando ha pasado el día y es por la mañana, entonces recuerdo que Roberta no está ahí para que le dé el sol, para bajarse a tomar un café al bar, para enseñarlos lo que está leyendo en instagram o para pintarse los labios en un espejito de mano. Roberta ya no está. No está. Entonces lloro, lloro durante horas, lloro hasta que ya no sé qué más hacer.

Ayer, en un velatorio improvisado de espíritu presente, leímos algunos de sus poemas. Todos hablan de deseo, de amor, de belleza, de tristeza, de muerte. Los colores primarios de la poesía, escritos igual que lanzaba trazos de rotulador sobre sus collages, con la precisión que da la víscera. El poema que sientes que podrías haber escrito tú pero que jamás te atreverías. Los trazos que crees que dibujarías tú si te dieras permiso para que la emoción decidiera por ti. Roberta era todo lo que no nos atrevimos a ser.

Ayer, mientras hablábamos de ella, imaginaba cómo sería un collage de los suyos, pero de ella misma. Llevaba un tiempo pensando en escribir una entrada sobre ella y el deseo, pero me moría de vergüenza ante la posibilidad de que lo pudiera leer. Nunca me atreví. Ahora que está muerta, ha pasado al santoral de las desviadas, y ahora Roberta es para nosotras lo que para ella era Joan Crawford, Thruman Capote, Divine, Lorca y Sylvia Plath. Se lo susurré a Alana, y Alana me dijo que lo hiciera. No sabía si me iba a atrever. Yo no soy una mujer salvaje.

Recordé que me había prometido a mí misma que el arte era para todo el mundo, no sólo para los artistas. Recordé que el arte es humano, el arte es emoción que toma forma para que se la enseñes a otro ser humano y entienda lo que sientes sin tener que explicarlo. El arte es una tontería y lo más importante del mundo. La recordé diciendo «bueno mujer, tampoco es para ponerse así». Y aquí estoy, después de haber impreso fotos de ella, rasgado con un cuter, garabateado con rotuladores medio secos y pegado con celo porque no tengo pegamento de barra, escaneado con la cámara del móvil porque no tengo escáner. He conseguido que no cayera ninguna lágrima en la hoja, pero ahora pienso que habría quedado mejor, aún no me acostumbro a esto de dejarme sentir mientras intento crear algo.

Roberta se pintaba los labios siempre de rojo. Un día contemplé la conversación en la que una amiga se disculpaba por quedarse mirando mientras se los retocaba, ella respondió que no tenía nada de qué disculparse, una mujer pintándose los labios era una de las cosas más hermosas del mundo. Nadie sabe del ardor como ella: deseaba como una mujer, anhelaba como una travesti y bebía a los hombres como un maricón. Una conjunción así se da muy pocas veces y somos afortunadas las que hemos sido testigas.

Este es mi pequeño homenaje, mi conjuro para que nunca se marche del todo, para que forme parte de mi santoral de la forma en la que ella nos hacía participar del suyo, mi forma de dirigir las lágrimas. Espero que esté en el cielo de los chulazos, donde nunca deje de arder.

27 comentario sobre «Me he pintado los labios de rojo para besar el retrato de una travesti muerta.»
    1. Un texto y un collage maravillosos, a la altura de lo que requieren el momento y la persona. Nos deja lo salvaje como enseñanza. Espero que lo sepamos aprovechar.

  1. Esto es precioso, Malti. Gracias por escribirlo, y por el collage homenaje. Gracias también por dejarme estar acompañándoos en vuestro duelo/catarsis colectiva, no la he conocido pero si la admiro muchísimo (he escrito admirab… Pero me niego a admirarla en pasado) y a pasar de no haberla visto nunca en persona, me he sentido representada en la mujer que se disculpa por observarla pintarse los labios. Os abrazo ☄️💎👑🔥

  2. Muchas gracias. En las palabras y el collage, entre el reconocimiento, el cariño y el dolor, nos has dejado también un abrazo para quienes te leemos. Gracias ❤️‍🩹❤️‍🩹❤️‍🩹

  3. No sabía de la existencia de Roberta, pero después de leerte creo que estaría feliz de que te dejes sentir para crear el collage, y por esta bonita eulogía.

    Lamento un montón vuestra pérdida. Un abrazo enorme.

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