Hace poco volví a terapia con una psicóloga nueva. Como es práctica común en el conductismo, se empieza con algún cuestionario para que la terapeuta sepa, a grandes rasgos, qué ocurre, pero sin estar un mes pagando una pasta la hora en contarle tu vida. En este caso me hizo dos, uno para comprobar lo cerca que estaba de tirarme por la ventana y otro para entender mi historia personal. Una vez comprobado que mi intención de aprender a volar es baja y que lo mío es más bien una pelusa gigantesca de ansiedad que llevo cultivando desde antes de tener lóbulo frontal desarrollado, respondí al segundo cuestionario, el biográfico. Una de las preguntas es «¿en qué trabaja?», aburrida, pero fácil. La siguiente, mucho menos inofensiva, es «¿en qué le hubiese gustado trabajar?». Y aquí empiezan los problemas.
Creo que no me habían hecho esa pregunta en serio nunca. Lo cierto es que no tengo ni idea de cómo responderla. Me quedé durante cinco minutos mirando el documento abierto, con la mirada perdida, contemplando mi propia futilidad existencial mientras en mi cabeza sonaban los primeros versos de Sound of Silence. Me puse en el mejor escenario de utopía socialista en la que mi confort material no depende de qué trabajo haga. Subí un escalón más en la irrealidad, vivimos en la época de Star Trek en la que el dinero no existe, en la que toda la galaxia que pertenece a la Federación está a mis pies para dedicar mi tiempo a lo que me diera la gana. ¿A qué me dedicaría? Y sigo sin tener ni idea.
Desde que empecé a tener a mi alrededor gente con una vocación supe que yo no tenía una. Yo no tengo ese «siempre he sabido que de mayor quería ser», o «hago esto porque es lo único que me da paz hacer», o «llevo dedicándome a esto desde que tengo uso de razón y ojalá poder comer de ello». De hecho, hasta hace poco no he tenido hobbies. He tenido actividades que me gustaba hacer, como leer o escuchar música, pero un hobby es algo que, opino, requiere cierta actividad por parte de una. Un hobby la forma adulta de referirse a jugar, pero yo no recuerdo la última vez que jugué a algo de adolescente. Por no tener, no tuve ni consola: cuando aún creía en los Reyes Magos, pedía la GameBoy Advance a los ídems porque sabía que mis padres jamás me iban a comprar una, pero tal vez sus mágicas majestades se apiadaran de mí, contemplaran mis impecables notas y me hicieran merecedora del preciado cacharrito. Para mi cumpleaños, ni me molestaba; no sólo estaba por encima del presupuesto de mis padres, sino que se habían pronunciado con innegociable vehemencia sobre los videojuegos. Si a eso le sumamos años y años sin amigos, una hermana con demasiada diferencia de edad para entendernos por aquél entonces y mudanzas anuales demasiadas veces seguidas, pues lo que me quedaba era leer. Que leer está muy bien, pero leer no es jugar. No recuerdo cuándo dejé de jugar porque apenas recuerdo haber jugado.
La responsabilidad académica cayó sobre mí tan pronto me di cuenta de que era una forma de obtener la validación de los adultos que me negaban mis compañeros. Del mecanismo me di cuenta después, pero, volviendo al conductismo, la conducta se aprende comprobando por dónde llegan los caramelos o, en su defecto, por dónde te dejan de dar palos. No había podido desarrollar otra personalidad que la de ser empollona, y las empollonas estudian mucho, leen mucho, reciben collejas por tener un vocabulario más amplio de lo habitual en su edad y son aplaudidas por profesoras y padres. Me tragué por completo la película de que lo más importante era estudiar y sacar buenas notas y que todos mis esfuerzos debían dedicarse a eso, con algunas salvedades; algo de deporte, algo de socializar, pero todo con el objetivo último de equilibrar los humores cerebrales para hacer más productivo el estudio. Todo lo demás era perder el tiempo.
Cuando llegó la hora de elegir qué carrera estudiar ni se me pasó por la cabeza nada que no fuera ciencias aplicadas duras. Estuve a punto de elegir física, pero la gente que había estudiado física a mi alrededor había acabado programando, y yo no quería acabar programando. Joke’s on me, adivinad a qué me dedico. El caso es que hice Ingeniería Industrial, con la urgencia de acabar cuanto antes para conseguir un trabajo cuanto antes y salir de casa de mis padres cuanto antes. Esto deja muy poco espacio para nada que no sea estudiar, pero además es el sitio al que van a morir todas las aspiraciones que no sean ingenieriles. Recuerdo tener compañeros vocacionales, como aquella compañera apasionada de los coches cuyo sueño era acabar trabajando en Porsche (y lo consiguió, y ahora su coche de empresa es un Porsche), o la otra que además iba para monja claretiana y su ilusión en la vida era estudiar la especialidad en química para ir a montar plantas potabilizadoras de agua allá donde las misiones la destinaran. También había otros que no: había uno que había estudiado conservatorio con especialidad en composición y que componía fugas como quien resolvía sudokus, él quería ser abogado pero su padre era ingeniero y nadie se había molestado en preguntarle a él a qué se quería dedicar. El mejor de mi promoción quería hacer Matemáticas y detestaba con toda su alma las asignaturas de ciencias aplicadas como Estructuras, Dinámica de Fluidos o Motores, lo que no impedía que sacara matrículas de honor en todo. Y a mí, pues me gusta resolver problemas, la carrera fue una tortura de principio a fin, y conseguí un trabajo lejos de Sevilla en consultoría financiera. Lo que fuera con tal de salir de ahí. Hacer los números exactos de cuánto y cómo ganan los ricos sólo por tener dinero metido en alguna parte y que esa parte hiciera cosas que devuelven dinero y que al final de esa cadena hay un pringao pagando la hipoteca fue lo que me radicalizó.
Luego vino el trabajo, el pagar alquiler con sueldos que hoy estarían por debajo del SMI en la ciudad más cara de España, las labores de mantenerse una viva y sana, hacer amigos, echarse novio, salir del trabajo tan cansada que no queden ganas de hacer más esfuerzos intelectuales. Apreciaba las artes, pero desde lejos. Me convencí a mí misma de que la creatividad no era para mí, porque yo era técnica. Simplemente, no valía para Las Artes, eso es para gente que tenía vocación. Y yo nunca tuve una vocación.
Hasta 2019 no gasté dinero en algo que no fuera, estrictamente, un hobby. Me compré una cámara de fotos. Antes había comprado algunas agujas de tejer y lanas, pero era más bien algo que hacer mientras veía la tele; no tanto una pasión como un entretenimiento para tener las manos ocupadas y poder dividir mi atención para que mi cabeza no chisporroteara mientras intentaba prestar atención a una sola cosa, pero no lo consideraría un hobby igual que no considero un hobby hacer crucigramas; por algo se le llama «pasatiempo». Yo ya sabía que me gustaba hacer fotos de antes, pero no le dedicaba más tiempo que el de pensar un poco y hacer click, no le dedicaba más recursos que la cámara de mi primer smartphone (el Nexus One, que elegí cuando las compañías de teléfono todavía regalaban dispositivos, y ya era antiguo cuando llegó a mis manos) y, en resumen, no lo consideraba algo merecedor de mi tiempo y atención. Tenía cosas más importantes que hacer, no tenía tiempo para un hobby. Quién tiene tiempo para un hobby.
Entre principios de 2015 que empecé a cobrar dinero y mediados de 2019 que compré la cámara pasaron muchos años en los que no me daba permiso para jugar. No sabía que tenía derecho a jugar. No sabía que la creatividad es para todo el mundo y que todo el mundo la tiene, en mayor o menor medida, porque nunca me habían dado permiso para explorarla. Tuve que rodearme de gente creativa y dedicada a sus artes para aprender que las artes pertenecen a la humanidad, no sólo a quien quiera o pueda dedicar su vida a ellas y que yo, si quería, podía dedicar tiempo y energía a esas artes sólo por el disfrute de hacerlo, porque es tan humano como dormir y emocionarse ante un atardecer o sentir respeto por las tormentas. Pintar, bailar, cantar, inventar historias, hacer música, todo eso se nos permite hacer de pequeñas sin más propósito que hacerlo, aunque se busquen justificaciones adultas como «desarrollo psicomotor» o «dale las ceras y que se calle un rato por dios». En algún momento aparece otro algo que hacer, y de repente alguien te dice que no tienes ritmo, que dibujar no es lo tuyo o que lo importante es hacer los deberes.
Todo esto viene porque voy a dejar el trabajo, por una serie de movidas que quizás cuente en otra entrada. También he decidido que no voy a empezar a buscar otro inmediatamente, sino que voy a usar el paro, aprovechar los resultados de mis impuestos y pasarme un tiempo, aún por definir, no trabajando. No es la primera vez que hago esto: me despidieron de mi anterior trabajo, decidí apuntarme al paro y gastar el dinero de la indemnización en un curso de Cosas de Datos que me hiciera ganar más dinero en el siguiente trabajo. Al acabar, mis planes consistían en visitar amigas que viven por el país y disfrutar de no hacer nada. El último día de clase fue el jueves 12 de marzo de 2020, porque el destino existe y tiene mucha guasa. Total, que no es la primera vez que dejo de trabajar, pero sí es la primera vez que dejo de trabajar sin el propósito de hacer algo laboralmente productivo a tiempo completo en su lugar.
Y de ahí volvemos al principio de la entrada, «¿en qué le hubiese gustado trabajar?», es decir, ahora que voy a cobrar una modesta paga estatal que no depende de que yo esté trabajando en ese preciso instante, ¿a qué voy a dedicar mi tiempo? Vengo de estar dos años seguidos cansada (por motivos distintos), en los que, ya me habéis leído, me he tenido que plantear quién soy cuando no puedo hacer nada de lo que me hacía ser. Ahora, además, no voy a tener la rutina impuesta por un trabajo de oficina. ¿A qué hora me levantaré si nadie me obliga a levantarme? ¿a qué dedicaré mis mañanas si no tengo que trabajar? ¿seré capaz de apartar años de molicie disciplinaria en unos meses de asueto?
Tomé esta decisión cuando aún estaba cansada y sin pistas de cómo solucionarlo. No dejar el trabajo no es una opción, buscar otro trabajo tampoco, y me agobiaba perder toda esta cotización a la Seguridad Social en estar tirada en el sofá lamentándome de mi agotada existencia. Otra de las tareas que me puso la psicóloga fue hacer una lista de actividades agradables que hacía antes, que hago ahora y que me gustaría hacer en el futuro, y anotar las que voy haciendo cada semana. Cuando empezamos, enferma, cansada e incapaz de pensar en nada más allá de irme a la cama, no fui capaz de apuntar ninguna actividad agradable futura porque todo era niebla mental más allá de un palmo desde la punta de mi nariz. Me di cuenta de que estaba bien cuando mi cerebro empezó a fantasear con cosas que me gustaría saber hacer, aprender a hacer, disfrutar haciendo, cuando tuve ideas sobre qué añadir a esa lista de mi psicóloga, cuando tuve intención de futuro. La terapia hace su trabajo, la energía vuelve a mi cabeza y me quito de encima, temporalmente, un trabajo que paga bien, hago sentada y consume hasta la última hebra de mi espíritu. Tengo por delante hasta 16 meses de no verme obligada a trabajar para sobrevivir, planes de cambios vitales importantes y energía para afrontarlos.
Alguna vez he dicho que creo que maduré demasiado pronto. Soy una persona responsable y me gusta serlo, entre otras cosas porque he visto las consecuencias en el entorno de las personas irresponsables y no quiero ser esa persona para nadie, porque creo que el apoyo mutuo significa otra cosa. Ahora tengo treinta y dos años, no dependo materialmente de nadie que no sea yo misma y me doy permiso para jugar a lo que quiera, cuando quiera, como quiera y hasta que yo me canse. Y, a lo mejor, hasta perderé el tiempo.
Tarde o temprano tendré que volver a un trabajo de oficina, bien pagado y que si dejara de existir el mundo sería un lugar mejor, pero ya pensaré en eso más adelante.
❤️❤️❤️❤️❤️
Guau, qué vértigo y qué bien. Con según qué edad, un paro largo puede ser un ataúd; con 32 y la cabeza amueblada, estoy seguro de que será una crisálida.
Y si quieres visitar gente, aquí todavía tenemos habitación de invitados 🙂
sobre el paro largo y el ataud hablaré en la siguiente, que va a ser menos divertida
Tengo la sensación de que eres una persona que no está parada. No porque no sepa y no porque no pueda, sino porque no quiere. Y ojo: a lo mejor no estás haciendo nada productivo (como nos dicen siempre que son las cosas productivas), pero algo acabas haciendo siempre.
Lo que vas a tener ahora es una oportunidad de oro para descubrir un poco mejor a qué dedicar este tiempo.
Qué pedazo de lienzo en blanco. Qué vértigo. Qué ilusión.
Vaya entradaca! Ole y adelante con lo que venga!
Muchísimas fuerzas en esta nueva etapa. Espero que encuentres toda la satisfacción que buscas. Ojalá más gente como tú en el mundo.
Un abrazo. 🫂
Bien!
A veces fantaseo con que me despiden. Sería una putada porque tengo una hipoteca una derrama de 2 años que no me permiten escaparme de la rueda, pero qué bonito sería.
Creo que en tu lugar haría lo mismo y no buscaría un trabajo inmediatamente. Ese periodo de paro casi que debería ser obligatorio de vez en cuando para volver a conectar con une misme. A veces nos miro y solo veo fantasmas. Las personas deberíamos existir para explorar el presente, no para producir para el futuro.
Espero que ese tiempo te siente muy bien. ❤️
Lo mejor que me pudo pasar en el anterior trabajo fue que me despidieran, así que espero que te despidan, que la indemnizacion cubra la derrama y que puedas dedicarte a tus cosis de ser persona durante un tiempo, antes de volver a la maquinaria :*
Yo también estudié Industriales. Sin vocación (ni carné de conducir) acabé en el sector de la automoción por obra de un compañero y amigo que necesitaba alguien que le echase una mano en su nueva función de jefe de departamento. Entré para seis meses y llevo 23 años, con un corto paso por otra actividad, pero dentro de la misma empresa.
Y sigo sin vocación, ni carné de conducir.
Que vaya todo muy bien.
Ay, me reconozco en muchas cosas que cuentas. Disfruta de tu etapa de libertad y deja volar esa cabecita, que seguro que surgen cosas maravillosas.
[…] que hago sentada con climatización, están bien pagados y no falta la oferta y, como decía en la otra entrada, no tengo nada que me guste tanto como para querer renunciar a esta comodidad. Es una mierda y es […]
Leer tu post me ha generado mucha ansiedad por hacer que me plantee cosas
Quién sabe. Puede que después de esos meses de tregua vital haya una vida más o menos nueva y más o menos llevadera (para qué entrar en cuentos de princesas, busquemos lo bueno dentro de lo real) que te permita darle sentido a esto de vivir. Si hay quien lo ha encontrado, los demás puede que también lo logremos algún día.
Suerte y ánimo. Y gracias por tu texto.
Gracias por tu post. Lo he locutado y guardado en una cápsula temporal (es un podcast personal que tengo) y me gustaría que lo escucharas. Espero haber estado a la altura. Además, he descubierto en este blog un montón de cosas sobre las que aprender y reflexionar. Gracias por escribir.
Dejo el enlace por aquí también (te escribí por Instagram)
Un saludo y sigue con este maravilloso curro. Te mando mucha energía positiva.
Se me olvidó poner el enlace de iVoox…
Quién soy cuando no estoy trabajando. https://go.ivoox.com/rf/130993896
Ay que cabeza.